4 de octubre de 2005

Lo último que se pierde

Cuando le entregaron sus manos ya era incapaz de sentir la ilusión de recuperarlas. Para aquel momento no significaba nada ya tocar las palmas. Ahora eran sus ojos el todo.

Recordó que hubo un tiempo en que soñaba con el momento en que enroscara de nuevo sus delicadas manos en sus muñones ahora secos. Una vez hubo en que deseaba ardientemente poder teclear de nuevo su nombre en la máquina. Pero ya solo quería mirar, ya no había lugar para el tacto.

Se le cuarteó la piel sobre el regazo, inactiva y las arañas tejieron una fina de red de mentiras sobre ella. Hasta que el moho se abrió paso aún habría habido oportunidad de rectificar.

Cuando ya era tarde, una gruesa lágrima rodó desde su todo para ir a resbalar entre los huesos descarnados de las falanges.

Publicado en la página web de la asociación de amigos del arte y la cultura de Valladolid

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