20 de octubre de 2006

Es desconcertante la tranquilidad con que rota
y clama al cielo que nadie lo comente en el mercado (la escuela o los parlamentos)
aún peor que se silencie la taberna cuando lo pienso en alto

Es incomprensible la indiferencia con que se traslada
de un punto a otro repetida
una trayectoria estúpida de peonza
y que nadie manifieste la sorpresa ante el absurdo
habitual en cualquier sana inteligencia

Se automutilan las dudas como liendres
y es que no terminan de rascar donde debieran
porque les rebotan los pulsos y no meditan
sobre lo inmediato de la muerte y sus consecuencias

¿Y es que no hay acaso una flor marchita para ti?

A menudo me descubro haciendo girar el molino
incapaz de encontrar objetivo al oficio de la vida
pero no es menos cierto que atesoro el extraño y vago orgullo
de preguntarme una y mil veces cómo es posible
que la tierra digan que es quien gira
y yo sólo vea del sol el movimiento repetido.

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