21 de mayo de 2007

Mis crónicas marcianas


Para el libro de Bradbury no habrá reseña... me he atrevido a escribir mi propio capítulo para "Crónicas Marcianas" (no sé si las fechas y otros datos están correctos, si hay algún fanático que me descubre algún fallo que me perdone y avise :P)

Gracias al Chache por prestarme el libro :*


Todo había empezado años antes cuando los bibliotecarios de los Estados de la Unión se organizaron clandestinamente a través de una de las subredes de la antigua Internet. Ésta se creó en sus orígenes de forma distribuida y con un hermetismo que pretendía ser su mayor defensa ante el enemigo y que la acabó convirtiendo en una red indocumentada e incontrolable que el gobierno no pudo destruir. Así fue como acabó en manos de las nuevas sociedades ilegales, entre ellas la Liga por la Salvaguarda de la Cultura.

Woodrow Wilson fue el mentor de la asociación. Cuando se creó el Comité de Intervención contra Irregularidades en la Transmisión de la Información, Woodrow era bibliotecario en el campus de la Universidad de California en Irvine.

La suya había sido la típica historia del chico que destaca en los deportes hasta que una lesión trunca su carrera. Sus padres intentaron que durante la larga hospitalización mientras su rodilla se recuperaba, se aficionara a la lectura sin embargo no lo consiguieron. A Woodrow, por aquel entonces, no le gustaban los libros.

Cuando, muchos años después, entró a trabajar en la biblioteca de la Universidad, apenas podía creer los giros inesperados que había sufrido su vida hasta llevarle a aquel punto. Tampoco habría imaginado que con los años se convertiría en un profundo amante de los libros y finalmente, en uno de sus defensores. Sin embargo, así fue.

Cuando el Comité de Intervención envió al primer auditor a la biblioteca donde trabajaba Woodrow, su objetivo era tan sólo obtener un inventario detallado de los fondos. Durante las siguientes visitas, sin embargo, se fueron retirando partidas de libros considerados perjudiciales. Los límites de lo permitido por el Comité se estrecharon poco a poco.

En cierta ocasión se llegó a hacer una pira en mitad del campus de Irvine en la que ardieron obras de Lovecraft, Poe, Husley, Bradbury... para escarmiento de las mentes en exceso imaginativas de los estudiantes.

La sociedad aceptó la censura como la menos mala de las medidas posibles contra la inseguridad ciudadana y la crispación política. En sus memorias, Woodrow transmitía su convencimiento de que los grandes poderes políticos y económicos habían manipulado a la opinión pública hasta poseer la más poderosa herramienta de control sobre cualquier grupo humano: el miedo. Quienes más tarde formaron la Liga por la Salvaguarda de la Cultura, creyeron firmemente en el legado de Woodrow Wilson. Intentaron por todos los medios salvar de la destrucción el mayor número posible de libros pues se habían convertido en símbolo de la antigua humanidad en la que el conocimiento y la expresión eran libres.

La Liga contó mayoritariamente en sus filas con bibliotecarios y algunos profesores universitarios. No llegó a extenderse a otros sectores de la población antes de que el terror hiciera surgir en la sociedad una fobia generalizada ante los libros que no fueran prácticos manuales de conducción de naves o uso de maquinaria. También circulaban libremente las soporíferas crónicas enviadas desde las colonias en Marte de las que se había suprimido toda propaganda política o menciones al exterminio que la humanidad había llevado a cabo sobre la raza marciana. En la Tierra, todos consideraban a Marte como un planeta que siempre había estado poblado por humanos.

Hubo algunos mártires en la Liga, sin embargo jamás fueron venerados o idealizados por sus compañeros. Al fin y al cabo, se trataba sólo de seres humanos de los que en la tierra se contaban por millones, pero libros quedaban apenas unos pocos miles escondidos como preciados tesoros en zulos clandestinos.


Cuando la guerra comenzó oficialmente, los mensajes en la subred de la Liga empezaron a multiplicarse. Algunos miembros se resistían a creer que la situación fuera tan grave. Pero los más pesimistas (que demostraron luego ser los más realistas), empezaron a revisar los planes de evacuación de la que habían dado por llamar operación Última Sabiduría. En aquel momento Última Sabiduría pretendía salvar los apenas mil quinientos ejemplares de obras literarias que habían rescatado. En los años de guerra, este número apenas aumentó en unas pocas decenas.

Quien dio la voz final de alarma fue Sally Norton de Missouri, bibliotecaria desde hacía treinta y dos años. Media docena de los ya pocos miembros de la Liga abandonaron incapaces de aceptar el ultimátum.

Es de suponer que en la tierra había más naves ocultas. El gobierno prohibió su posesión por los ciudadanos en dos mil tres pero algunos se arriesgaron a conservar sus naves por lo que el futuro pudiera deparar. La Liga consiguió una nave en el mercado de contrabando después de que se hubiera puesto en marcha la prohibición. La escondieron en un búnker subterráneo pensando que en realidad jamás la necesitarían. Cuando la guerra fue tomando una intensidad preocupante, el plan de evacuación que habían trazado dejó de ser un posible simulacro futuro para convertirse en una realidad triste pero inevitable.

Tardaron doscientos veintiún días en prepararlo todo. Finalmente, Sally Norton y su marido John fueron los únicos en abandonar la Tierra. El día trece de Mayo de dos mil dieciséis, una nave clandestina abandonó la Tierra cargada tan sólo con una parte de los fondos de la Liga. El abandono de algunos de sus miembros implicó la pérdida de varios cientos de ejemplares que fueron retenidos por sus custodios e incluso, en uno de los casos fueron pasto de las llamas. Desaparecieron en la quema las obras completas de Sartre, "El principito", "Trópico de Cáncer" y Eric Copper, uno de los fundadores de la Liga que ante el dramatismo de la situación bélica en la Tierra, decidió acabar con todo.

Aterrizaron en Marte una mañana, cansados del viaje y aún temerosos de que alguien los hubiera seguido o diera con ellos más tarde. Ni siquiera pararon a descansar, continuaron con el plan e iniciaron inmediatamente las búsqueda de un lugar donde almacenar los libros. Conscientemente descartaron las antiguas colonias humanas y se decidieron por una hermosa ciudad marciana que encontraron entre dunas a varios kilómetros de su punto de aterrizaje.

Bellísima, solitaria, abandonada mucho antes que las ciudades humanas, les pareció el lugar perfecto para que los libros salvados permanecieran ocultos. Trasladaron las cajas de la nave a la ciudad. Siguieron trabajando incansablemente durante muchas horas. Una vez acabada la tarea, se alejaron en barco río abajo, en dirección contraria a la ciudad. Se encontraban a un par de kilómetros del punto de aterrizaje cuando se produjo la explosión programada que destruyó la nave. Así eliminaban cualquier rastro de su fuga. Al mismo tiempo que la nave estallaba un dolor profundo se instaló en sus corazones y les hizo mirar hacia el cielo marciano. Casi la vieron antes de desaparecer del firmamento. Ya no quedaba nada. Sintieron en el pecho los gritos de millones de seres desapareciendo junto a su planeta. La guerra había terminado.

Sally Norton falleció una semana después de su llegada a Marte. Ella y su marido estaban viviendo en una de las antiguas colonias humanas del planeta. Podrían haber sobrevivido allí durante siglos gracias a las reservas de alimentos que los terrícolas habían abandonado cuando regresaron a la Tierra. Sin embargo, les ganó la vejez o quizá la tristeza. El marido de Sally Norton no llegó a agotar nunca todo lo que la humanidad había dejado atrás.

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